TUR DE MONTIS, MARIANO
Tur de Montis, el pintor de la
elegancia
La Sala de Cultura de
Sa Nostra presenta estos días una colección de retratos del pintor Mariano Tur
de Montis
VICENTE VALERO | IBIZA
07·06·12 | 22:26
·
0l gran retratista checo Bruno Beran, que vivió en Dalt
Vila en los años veinte y treinta del pasado siglo, lo definió como «el pintor
de la elegancia», porque ya desde su juventud, desde que aprendió a pintar,
Mariano Tur de Montis (Ibiza, 1904-1994) buscaba en sus cuadros la plasmación
de una atmósfera distinguida y elegante, la idealización del mundo privilegiado
en el que había nacido.
Podría
decirse que fue el pintor de Dalt Vila por excelencia, al menos en su tiempo,
tal vez el único si excluimos a quien fuera su primera maestra de pintura, doña
Paca Llobet –madre del historiador Isidor Macabich–, que pintaba con los dedos
y de quien apenas se conoce cuadro alguno, y si excluimos también, claro, a
Antoni Marí ´Portmany´, cuyo horizonte pictórico, a pesar de haber nacido y
vivido también en Dalt Vila, estuvo casi siempre más allá de las murallas
renacentistas, en las calles de la Marina y en el mundo rural.
Pero
la Dalt Vila de la pintura de Mariano Tur de Montis no es la de la arquitectura
o los rincones pintorescos. El artista, criado en un entorno familiar burgués
donde la belleza artística se había convertido, desde principios del siglo XX,
en un valor relevante y digno de cultivar, se dedicó principalmente a pintar
flores y retratos de mujeres, recreando así en parte la atmósfera señorial de
los amplios salones de las casas, verdaderas torres de marfil en una Ibiza cuya
población era mayoritariamente rural o marinera.
Retrató,
pues, la elegancia que conocía y la que anhelaba para su vida, la de una
sociedad aislada en su propia isla, entre murallas, un poco gatopardiana –no
puede ser casualidad que en el Museo de Palermo haya un cuadro suyo, el más
gatopardiano de todos, por cierto–, idealizando figuras y vestidos, derivando
siempre en un esteticismo que formaba parte de sus intereses más íntimos, como
artista excéntrico y como coleccionista de objetos valiosos que también fue.
Autodidacta y cosmopolita
Aunque
realizó algunos estudios en la Academia de Bellas Artes de Sant Jordi, de
Barcelona –mientras estudiaba también Derecho–, Mariano Tur de Montis se
consideraba un artista autodidacta que había visitado todos los museos posibles
a su alcance, en España, Francia e Italia.
Si
se le preguntaba por sus pintores preferidos respondía siempre lo mismo:
Velázquez, Goya, Renoir, Van Gogh, Monet, Anglada Camarasa, Zuloaga y Benedito.
Se diría que iba a lo seguro y desde luego no parece haberse interesado mucho
por las corrientes pictóricas de su tiempo. Hay que suponer que fue un hombre
excéntrico desde el principio y que no buscó hacer carrera como artista en un
sentido profesional. En cuanto pudo, después de su estancia en Barcelona y
algunos viajes por Europa, cuando aún no había cumplido los 30 años, se instaló
definitivamente en su casa de Dalt Vila para vivir con su madre, a la que
adoraba, y poder pintar lo que le apeteciera sin otros condicionantes que sus
propios límites como pintor.
Pero
los años treinta en Ibiza fueron muy interesantes desde el punto de vista
artístico. Por aquellos años tuvo oportunidad de tratar con otros pintores que
residían en la isla, casi todos en Dalt Vila, como Barrau, Rigoberto Soler,
Amadeo Roca, el polaco Josef Sperber, el ya citado Bruno Beran, casi todos
ellos buenos cultivadores del retrato, género que interesaba más que ningún
otro a Tur de Montis.
Su
sobrino Luis Llobet ha explicado recientemente, en una entrevista en estas
mismas páginas de La miranda, el ambiente artístico que en los años treinta
llegó a vivirse en los salones de la casa de Mariano Tur de Montis y de su
madre, la guatemalteca Cristina de Montis von der Kleé, mujer culta, violinista
y segura admiradora de su hijo.
En
aquella increíble Ibiza de los años treinta, por la que se pasearon desde
Albert Camus a Walter Benjamin –a este último es seguro que el pintor ibicenco
llegó a conocerlo, como demuestra una fotografía hallada recientemente y
publicada por primera vez en La miranda hace unas pocas semanas-, la casa de
los Tur de Montis ofrecía una tertulia amena con vistas espléndidas al puerto.
Por
allí pasó también en cierta ocasión otro gatopardiano por excelencia, el
escritor mallorquín Llorenç Villalonga, y lo recordó a su manera en uno de sus
cuentos, ´Charlus a Bearn´, en el que el narrador ficticio –¡Marcel Proust!–
escribe que el barón de Charlus pasó una temporada en Mallorca y estuvo a punto
de viajar a Ibiza para «realitzar excavacions fenícies i visitar el pintor
decadent senyor Tur de Montis, que té un palau a la ciutat antiga i retrata,
entre domassos i velles argenteries, les al·lotes més tendres i estilitzades de
l´illa».
En
su libro ´Mariano Tur de Montis. Un pintor de Ibiza´ (2002), Luis Llobet esboza
un buen retrato de su tío, un artista y un ibicenco singular aunque hoy casi
desconocido para la mayoría de sus paisanos: «Su figura alta y delgada, y la
largueza de su rostro le asemejaban a un personaje de El Greco. Sus alargadas
manos llenas de expresividad eran parte importante de su personalidad. Hombre
de cultura, hablaba seis idiomas correctamente, unía a su natural distinción y
refinamiento un cierto esnobismo que, sin embargo, no le hacía perder ni su
trato afable ni su gran humanidad. Respetuoso con los demás, amó la libertad y
defendió la suya propia en una sociedad muchas veces llena de prejuicios».
«Maravilloso color»
El
mundo pictórico de Tur de Montis no es muy amplio. Como si al escoger el
retrato como género principal de sus intereses se hubiera dado cuenta de que
llegar a ser un buen retratista excluía casi todo lo demás. Entre los pintores
ibicencos, abiertos a casi todos los temas que proporcionaba la isla
–arquitectura rural, mar, trajes típicos, paisajes, etc.– Tur de Montis
constituye una excepción relevante. Ni fue un pintor costumbrista ni un artista
moderno. Desde luego, las vanguardias ni lo rozaron. Amaba también las flores y
las pintó con la misma elegancia y exquisitez esteticista con las que pintaba
el rostro y los vestidos de su madre o de su hermana Guadalupe.
En
1943, Marià Villangómez escribió en Diario de Ibiza, a propósito de una
exposición colectiva de pintores ibicencos en Ebusus, que la aportación de Tur
de Montis en el panorama pictórico insular consistía sobre todo «en un sentido
de mayor cosmopolitismo», seguramente considerando que sus retratos y flores
trascendían el mundo local donde habían germinado, ya que podían haber sido
pintados en cualquier otra parte del mundo. En pocas líneas, el poeta ibicenco
reúne una serie de palabras que definen bastante aproximativamente la pintura
del artista de Dalt Vila: «refinamiento», «cosmopolitismo», «elegancia»,
«finura», «maravilloso color», «espiritual prerrafaelismo», «idealismo»,
«belleza».
La
exposición que presenta ahora Sa Nostra reúne una veintena de retratos de
diversas épocas. De la lista de pintores preferidos por Tur de Montis citada
anteriormente solo un nombre puede haber sorprendido al lector: Benedito. Y sin
embargo, tal vez haya sido uno de los más importantes y decisivos para el
artista. Manuel Benedito fue un retratista valenciano que ejerció gran
influencia en el arte del retrato de su tiempo. Se inició en el taller de
Sorolla, pero su pintura fue derivando hacia otros ámbitos, bajo otras
influencias poderosas, como la de Zuloaga y Gutiérrez Solana. Su presencia se
hace notar en los retratos de Tur de Montis, como ha señalado el profesor
Rafael Gil en un estudio, destacando en ambos la impronta del modernismo y la
pintura inglesa, la búsqueda de la elegancia y el enigma de la belleza que
extrae siempre de su observación continuada de las mismas modelos.
La
exposición de Sa Nostra es una oportunidad única para volver a ver –o conocer,
en el caso de quienes no la hayan visto nunca– la pintura de Mariano Tur de
Montis, ya que casi todos sus cuadros se encuentran en colecciones privadas, no
solamente en Ibiza o Mallorca, sino también en Barcelona, donde pintó numerosos
retratos durante los años que, en su juventud, pasó en esta ciudad, llegando a
exponer en las prestigiosas Galeries Laietanes en 1925, a sus 21 años de edad,
y después en 1932. Pero hay cuadros suyos también en colecciones privadas de
Nueva York, Londres, México, París y Milán, pues en aquella cosmopolita Ibiza
de los años treinta –y en la no menos de los años 50 y 60–, pintó numerosos
retratos de visitantes extranjeros. ¡Qué gran trabajo sería poder reunir algún
día, al menos en un libro, todos estos retratos! Pero por el momento hay que
conformarse con la magnífica labor que Luis Llobet Tur está realizando desde
hace años en favor de la recuperación de la memoria de su tío, primero con el
libro anteriormente citado –que incluye dos interesantes análisis de J. Mª
Ballester y Rafael Gil Salinas, además de un buen número de reproducciones de
obras–, y ahora con esta estupenda exposición que descubrirá a muchos la figura
de un pintor ibicenco diferente que merecería sin duda ser mucho más conocido y
mejor valorado.
El excéntrico
pintor de la burguesía
Amàlia Sebastián | Eivissa | 22/02/2016
La gran obsesión de Mariano Tur de Montis a lo largo de su vida fue
encontrar la armonía a través de la belleza que expresaba en sus cuadros y en
su forma de vivir. Tal vez por sus cuadros y en su forma de vivir. Tal vez por
eso, la casa de Dalt Vila donde residía, ubicada en la calle Pere Tur, número 3, actual sede del Colegio de Arquitectos, acabó siendo un fiel reflejo de la
personalidad de este pintor ibicenco nacido en una poderosa familia de
terratenientes. Después de la Guerra Civil invirtió mucho dinero en tapices y
antigüedades que convirtieron su casa en una especie de museo repleta de todo
tipo de objetos. Más que una vivienda, era una obra de arte que atrajo a numerosas
personalidades que visitaron la isla como Maria Callas, Soraya o el actor Errol
Flynn.
Tur de Montis tenía una simpatía natural que le hizo congeniar con gente de
todas las condiciones sociales, ya fueran príncipes o payeses. Sus mejores
obras fueron los elegantes retratos que hizo a gente de toda condición social y
que le convirtieron en un afamado pintor.
A los retratos le sucedieron los cuadros de flores, que compraba por
docenas en los puestos del Mercat Vell. Su sobrino, el escritor Luis Llobet,
recuerda que Mariano subía después cargado con las flores por las empinadas
calles de Dalt Vila aunque más de una vez llegaba a su estudio con muchas menos
porque las regalaba a todos los conocidos con los que se encontraba.
El pintor ibicenco fue un hombre que arrastró siempre problemas de salud
que prácticamente desaparecieron cuando cumplió los 70 años. A esa edad, cambió
su mentalidad y se convirtió en una persona excéntrica que vestía como los
hippies que llegaban a la isla en esa época. Como recuerda entre risas su
sobrino Luis, esta vertiente extravagante le llevó a vestirse de obispo para
acudir a la inauguración del órgano recién restaurado de la iglesia de Santo
Domingo.
Tras esta frenética etapa de su vida, le sobrevino una profunda depresión y
se trasladó a Barcelona, donde recuperó la calma y volvió a pintar flores. Años
después quiso volver a Eivissa para morir aquí. En su lecho de muerte dibujaba
bellas mujeres de larguísimos brazos y cuellos hasta que, seis meses después,
murió de un paro cardíaco a los 89 años de edad.
El Ayuntamiento de Vila le dedicó la que, posiblemente, es una de las
calles más hermosas de Dalt Vila, con un encanto especial a la altura del
pintor que tiene como nombre. Una empinada calle empedrada custodiada por
plantas que mira a poniente y que se llena de luz al atardecer.
Dalt Vila, el barrio donde vivía la alta burguesía ibicenca
Mariano Tur de Montis proviene de una familia aristocrática con grandes
propiedades. Nace a principios del siglo XX en una época en la que el componente
rural predominaba en Eivissa.
Vila ya era entonces capital y centro social de la isla que se distribuía
entre sa Penya, el barrio de los pescadores y los artesanos, la Marina, centro
de la actividad económica con el puerto y el mercado, y la ciudad alta, Dalt
Vila, donde vivía al alta burguesía ibicenca y sede del gobierno civil, militar
y religioso de Eivissa.
Pere Tur era entonces una calle de gran vitalidad en la que residían las
familias más poderosas de aquella época: los Wallis, los Llanera y los Botino.
La casa de estos últimos, actual sede del Ayuntamiento de Vila, albergó en su
interior un casino donde se hacían representaciones teatrales para la
burguesía.
El escritor Luis
Llobet explica que, durante los carnavales, se celebraban los denominados
«asaltos», en los que cada familia «asaltaba» la casa de los vecinos para tomar
una copa tras la cena ataviados con máscaras.